Uno de los primeros libros de José Luis Parra, lo tituló “Desde el otro lado de la cumbre.” El poeta tendió la mirada al mundo, desde ese otro lado, y su horror se la hizo volver a girar a este lado de la cumbre, donde los hombres creen vivir en la luz del día, cuando la mitad de su mundo es oscuro, y solo los poetas entienden el lenguaje de la noche. Y en este lado de la cumbre, se miró a sí mismo y se vio a la intemperie, sin nada a donde agarrarse para soportar el sinsentido de la existencia. Y vio circular la vida a su alrededor turbia y veloz. Entonces, viendo que sabía interpretar el lenguaje de la noche, se puso a escribir poesía, una poesía de una tremenda hondura trágica, y también irónica, después de probar todos los vinos de la vida.
Yo tuve ocasión de beber con él muchos de esos vinos y, como tenía una gran cultura y una memoria prodigiosas, era un placer verlo resucitar autores olvidados y libros leídos en tiempos lejanos, mientras oíamos afuera el ruido del mundo, y nos reíamos de él, ayudados por el vino, desde luego, como todos los lectores de Rabelais y de su héroe Pantagruael.
Carecía de ambición y vanidad porque sabía cómo ennegrecen el mundo, y su vida no tuvo fortuna, ni siquiera lecho propio donde acostarse para morir.
Sus índoles y cualidades se combinaron de tal modo, que Shakespeare podría haber dicho de él: Que se levante la naturaleza y le diga al mundo entero: Este fue un hombre.
Vicente Puchol